Entre
las doce y la una - Quim Monzo
-¿Dígame?
-Hola.
(Es una voz de mujer.) Soy yo.
(El
hombre endereza el espinazo. Aplasta el cigarrillo
contra
el cenicero que hay al lado del teléfono. Habla en
voz
baja.)
-Te
he dicho mil veces que no me llames nunca a casa.
-Es
que...
-Te
he dicho que me llames siempre al despacho.
-¿Puedes
hablar?
-Claro
que no. Ya te imaginarás.
-¿Dónde
está... ella?
-En
el dormitorio.
-¿Nos....
te oye?
-No.
Pero puede entrar en cualquier momento.
-Perdóname.
Lo siento. Pero es que necesitaba llamarte ahora.
No
podía esperar hasta mañana, en el trabajo.
(Hay
una pausa. Es el hombre quien la rompe.)
-¿Por
qué?
-Porque
esta situación me hace sufrir mucho.
-¿Qué
situación?
-La
nuestra. ¿Cuál va a ser?
-Pero...
A ver si nos entendemos...
-¡No!
No. No digas nada. No hace falta. Podría oírte.
-Ahora
no me oye. Escucha...
-Creo
que ha llegado el momento de tomar una decisión.
-¿Qué
decisión?
-¿No
te la imaginas?
-No
tengo ganas de jugar a las adivinanzas, María.
-Tengo
que elegir. Entre tú y él.
-¿Y?
-Y
como tú no me puedes dar todo lo que quiero... No nos
engañemos:
para ti yo nunca seré nada más que... No quieres
dejarla
¿verdad? No sé ni por qué te lo pregunto. Ya conozco la
respuesta.
-¿Qué
es todo ese ruido?
-Te
llamo desde una cabina.
-Hemos
hablado de esto mil veces. Siempre he sido sincero
contigo.
Nunca te he escondido cómo estaban las cosas. Tú y yo
nos
caemos bien, ¿no? Pues...
-Pero
yo estoy muy colgada de ti. Tú ya sé que no lo estás nada
de
mí.
-Siempre
te he dicho que no quiero hacerte ningún daño. Nunca
te
he prometido nada. ¿Alguna vez te he prometido algo?
-No.
-Tienes
que ser tú quien decida qué debemos hacer.
-Sí.
-¿Te
he dicho o no te he dicho siempre que tienes que ser tú
quien
decida qué debemos hacer?
-Sí.
Por eso te llamo. Porque ya he tomado una decisión.
-Siempre
he jugado limpio contigo. (Se detiene.). ¿Qué decisión
has
tomado?
-He
decidido... dejar de verte.
(La
mujer lo dice y se echa a llorar. Llora durante un
buen
rato. Poco a poco los sollozos disminuyen. El hombre
aprovecha
para hablar.)
-Lo
siento. Pero si realmente eso es lo que...
-¿Pero
no entiendes que no quiero dejaaar de veerteee?
(Cuando
el hombre deja de oír el llanto, habla.)
-María...
-No.
(Se suena.). Prefiero que no digas nada.
(De
golpe el hombre sube el tono de voz.)
-Hombre,
yo más bien elegiría un coche que te asegurase mejor
rendimiento.
-¿Qué?
-Sobre
todo si tienes que hacer tantos kilómetros. (Se para un
momento.)
Sí. (Hace otra pausa.) Sí, ya lo entiendo. Yo, claro,
en
eso no sé qué aconsejarte. Pero me parece que lo que te
convendría
sería un coche con mucha más..., con mucha más...
Sí,
de acuerdo. Pero consume demasiado.
-¿No
puedes hablar?
-No,
claro.
-¿La
tienes cerca?
-Sí.
-¿Enfrente?
-Sí.
Pero ese modelo no tiene tanta diferencia de precio con los
japoneses.
Y los japoneses...
-Tú
con tu mujer enfrente y yo aquí, sentada sin saber qué hacer.
(Cada
vez más indignada.) Sin decidirme de una vez y acabar
con
esta desazón.
-Lo
ideal son cuatro puertas. Para vosotros, cuatro puertas.
-¿Ves
como no hay otra solución? Así no podemos seguir. No
podemos
tener ni una conversación civilizada.
-Pero
ése gasta unos seis litros y medio.
-Tú
hablando de coches, de litros de gasolina, de si cuatro
puertas,
y yo sin decidirme siquiera a colgar.
-Un
momento.
(El
hombre ha tapado el auricular con la mano. La mujer
oye
un diálogo amortiguado.)
Dice
que .. (Vuelve a tapar el auricular con la mano. Vuelve
a
retirar la mano.) Dile a Luisa que dice Ana que el pastel le
quedó
perfecto.
-¿Con
quién cree que hablas?
-En
fin, ya nos veremos.
-¿Quieres
que cuelge o...? Pero antes de colgar dime si mañana
nos
veremos.
-Sí.
-No
tengo remedio. Llamo para decirte que hemos terminado y
acabo
preguntándote si mañana... ¿Quedamos donde siempre?
-Sí.
-¿A
la hora de siempre?
-Exacto.
-Y
(Ahora habla con voz melosa.) ¿haremos como siempre?
Te
imagino de rodillas, delante de mí, subiéndome la falda...
¿Me
lameras? ¿Me morderás? ¿Me harás mucho daño?
-Síí.
(De golpe vuelve a hablar bajo.) ¡Hostia, María! Por poco
se
da cuenta. Ahora está en la cocina, pero en cualquier
momento
puede volver. ¿Y si me hubiese pedido el teléfono
para
hablar contigo?
-¿Y
por qué tendría que hablar conmigo?
-No
quiero decir contigo, quiero decir con quien cree que
hablaba
yo.
-No
hay quien te entienda. Y no hay quien me entienda a mí. No
me
entiendo ni yo misma. Estoy que me reconcomo, decido
terminar
y basta que oiga tu voz para que se me esfumen todas
las
decisiones. Me gustaría mucho estar ahora contigo. Ven. ¿No
puedes?
Claro que no. No pasa nada. Es que cuando no puedo
escucharte,
me angustio. ¿Me quieres?
-Claro
que sí.
-Más
vale que cuelgue. Adiós.
-¿Dónde
estás?
-En
un bar; ya te lo he dicho.
-No.
Me has dicho que estabas en una cabina.
-Y
si sabías que estaba en una cabina, ¿para qué me lo vuelves
a
preguntar?
-Pero
no estás en una cabina sino en un bar. Eso es al menos lo
que
dices ahora.
-Un
bar, una cabina: lo mismo da.
-Oh,
«lo mismo da», «lo mismo da»...
-Oye:
¡basta!
-Y
ahora ¿qué piensas hacer?
-¿Ahora?
¿Quieres decir con lo nuestro?
-No.
Quiero decir ahora mismo. ¿Piensas ir al cine? ¿Ya has
comido?
¿Tienes guardia?
-Oye:
cuelgo.
-Espera
un momento.
-Es
que...
-A
veces, María, pienso que sólo con que quisiéramos, sólo con
que
nos lo propusiésemos de verdad, podríamos conseguir que
todo
marchase de otra manera, sin tantas tensiones.
-Vale,
pues sí.
-Sí,
¿qué?
-Sí.
-¿Qué
te pasa? ¿No puedes hablar? ¿Hay alguien y por eso no
puedes
hablar?
-Mmm...
Sí.
-Has
quedado con él en un bar y ya ha llegado. O estaba contigo
y
ahora se ha acercado al teléfono. ¿Sí o no? ¿O qué?
-Ya
te devolveré el libro. Quédate tranquila.
-Ahora
me tratas en femenino.
-Bueno,
hasta luego. Llámame. Y recuérdame que te devuelva
el
libro.
-Ah,
no. ¡Ahora no cuelgues! Tú me has hecho soportar la
angustia
de escucharte sin poder contestar más que estupideces
y
ahora...
-Ése
no lo conozco. ¿Qué título dices que tiene?
-Perfecto.
Lo estás haciendo muy bien. Ahora dirás el título del
libro.
¿O no?
-Ya...
-Muy
bien ese «ya». Da verosimilitud, hace real el diálogo con
esa
chica con la que se supone que hablas.
-¿El
amor por la tarde?
-¿Qué
es ese título: una indirecta, una invitación?
-Pero
mucho mejor que El amor por la tarde era Las cien
cruces.
Vaya, al menos para mí.
-Ése,
¿ves?, no lo he leído. ¿También es una novela?
-¿Las
cien cruces aburrida?
(De
repente el hombre vuelve a hablar con voz grave.)
-Hombre,
ya te lo he dicho. Consume menos que el otro.
-Pero
la protagonista de El amor por la tarde es más verosímil.
-¿Y
cómo es que una empresa como la Peugeot no tiene previsto
un
caso así?
-Pero,
eso pasaba en Ahora estamos los dos igual. ¿Me
equivoco?
-En
absoluto.
-¿Y
entonces?
-Nada.
(Hay una pausa breve.)
-¿Ves
como no hay nada que hacer? Ahora ya puedo hablar de
nuevo.
(Vuelve a haber una pausa.) ¿No dices nada? ¿Se te
acabó
la charla o quieres dejar el ramo del automóvil y pasar a
otro?
-Yo
también vuelvo a estar solo.
-Pues
adiós.
-Tienes
razón. Más vale que nos digamos adiós.
-Antes
tengo que decirte algo.
-Di.
-Estoy
embarazada. (Él no responde.) ¿Me oyes? Estoy
embarazada.
De ti.
-¿Cómo
que de mí? ¿Cómo sabes que es de mí?
-¡Porque
desde la última regla sólo me he acostado contigo,
imbécil!
-¿Y
ese novio que te puede dar todo lo que yo no puedo darte?
¿Resulta
que no...? Perdona. ¿Qué piensas hacer?
-¿Cómo
que qué pienso hacer? ¿Es que tú no tienes nada que
decir?
-¿Yo?
No.
-Por
fin. Por fin veo bien claro cómo eres. Por fin me doy cuenta
de
que, si alguna vez me encontrase en esa situación, te
desentenderías
totalmente.
-¿Qué
quiere decir «si alguna vez me encontrase»?,
-Quiere
decir que, evidentemente, no estoy embarazada. ¿Te
crees
que soy tonta? Se me ha ocurrido de golpe, para ver cómo
reaccionarías
en una situación así. ¿Acaso crees que si de veras
hubiese
estado embarazada te habría pedido opinión sobre lo
que
tenía o no tenía que hacer?
(La
voz de él suena irritada.)
-¡Oye,
María...!
(La
mujer lo desafía.)
-¿Qué?
¿Qué tengo que oír?
-¡Sabes
que no tolero que me hables en ese tono, ni que me
torees!
-Ah,
¿no?
-Te
partiré la cara.
-Ah,
¿sí?
-Te
hincharé los morros a puñetazos.
-Sí...
-Hasta
que chilles.
-Sí...
-Te
ataré a las patas de la cama.
-Sí,
sí...
-Te
escupiré en la boca.
-¡Sí!
-Y
te daré de bofetadas hasta que sangres.
-¡Sí!
¡Sí!
-Y
te obligaré a...
-¿A
qué? ¿A qué?
-Te
obligaré...
-¿A
qué?
-Te
llenaré la boca. Y te obligaré a tragártelo todo: no dejarás
caer
ni una gota.
-Ni
una.
(La
mujer respira agitadamente. El hombre está
excitado.)
-¡Ni
una, he dicho! Lámete esa que te resbala por el labio de
abajo.
-«Guarra»,
dime «guarra».
-Guarra.
Arrodíllate y abre la boca.
(La
mujer resopla.)
-Basta.
Tengo que decírtelo pase lo que pase. No tiene sentido
hacerlo
durar más. (Calla un momento, como para tomar
impulso.)
Escúchame: no soy María.
-¿Qué
quiere decir que no eres María?
-Que
no soy María: eso quiere decir. María está... María me ha
pedido
que te llamara y que te hablase como si fuera ella.
-Me
estás tomando el pelo.
-Ha
tenido que irse. Y quería que...
-¿Irse
adónde?
-Fuera
de la ciudad. Quería que creyeras que estaba aquí y no...
Es
que... No puedo seguir fingiendo. Mira: María y yo nos
conocemos
del trabajo. Yo también soy enfermera. Me ha
pedido
que te llamara y me lo montase de manera que nos
peleásemos.
Porque mañana teníais que veros y ella todavía no
habrá
vuelto. ¿Me oyes?
-¿Dónde
está?
-Se
ha ido una semana. Con un novio.
-¿Con
quién?
-Con
Jaime.
-¿Con
Jaime?
-Sí.
-¿Con
qué Jaime?
-Jaime
Ibarra.
-Oye,
pero si Jaime Ibarra soy yo. ¿Con quién creías que estabas
hablando?
¿A qué número has llamado?
-¿Tú
eres Jaime?
-Sí.
-Hostia.
-¿Con
quién pensabas que estabas hablando?
-Con
Juan.
-¿Con
Juan? O sea que María y Juan...
-Ahora
me doy cuenta, he confundido los números.
-¿Y
cómo es que tienes mi número de teléfono?
-Es
que María me apuntó los dos, uno justo encima del otro, y
me
he equivocado; he marcado uno en vez del otro.
-¿Por
qué te apuntó mi número si a mí no tenías que llamarme?
¿O
también me tenías que llamar? Pero si has dicho que
pensabas
que se había ido conmigo...
-Si
te lo explicase no me creerías.
-Dime
una cosa, ee... ¿Cómo te llamas?
-Carmen.
-Carmen,
dime una...
(La
mujer lo interrumpe.)
-Un
momento. ¿De verdad eres Jaime? Pero si Jaime no vive
con
nadie ¡El que vive con su mujer es Juan! ¿Por qué me has
dicho
que tenías a tu mujer enfrente?
-Tú
tampoco eres la verdad personificada.
-Si
te creías que estabas hablando con María, ¿por qué querías
hacerme
creer que vivías con una mujer?
-Es
que con María a veces, últimamente no mucho, por cierto,
pero
a veces, hacemos cosas así. Como juegos.
-No
me lo había dicho nunca.
-¿Por
qué te lo iba a decir? ¿Es que os lo contáis todo?
-Casi.
-Ah,
¿sí? ¿Y qué te dice de mí?
-Uf.
-¿Qué
quiere decir ese «uf»?
-Quiere
decir que lo interesante me lo cuenta todo.
-¿Con
pelos y señales?
-Con
pelos, señales y lo que haga falta.
-¿Dónde
estás?
-En
un bar, ya te lo he dicho.
-También
me has dicho que estabas en una cabina.
-¡Y
dale con la cabina!
-¿Qué
haces ahora?
-Ya
me lo has preguntado antes.
-Cuando
eras María. Ahora que eres Carmen, puede que tengas
que
hacer otra cosa. Además, cuando eras María tampoco me
has
contestado la pregunta. (Se muerde un labio.) ¿Por qué no
nos
vemos?
-¿Cuándo?
-¿Hoy?
-Tendrá
que ser por la noche. Por la tarde trabajo.
-Por
la noche, pues.
-¿Dónde?
-¿En
el bar de la Estación?
-De
acuerdo.
-¿A
las ocho?
-A
las ocho salgo. Quedamos a las ocho y media.
-¿Cómo
te reconoceré?
-Llevaré
una chaqueta de piel, la que le regalaste un mes antes...
Llevaré
la chaqueta de piel.
-Un
mes antes ¿de qué?
(La
mujer calla.)
La
chaqueta: se la regalé un mes antes ¿de qué?
-Jaime,
tengo que decírtelo. Si no voy a reventar.
-Dímelo
pues.
-María
está muerta. La chaqueta se la regalaste un mes antes de
que
se muriese. Escucha... No tendría que... Yo sabía cómo os
queríais.
Y cuando se murió decidí...
-Me
parece una broma de muy mal gusto
-Encontrémonos
y hablemos. A las ocho y media, ¿vale? O si
quieres
pido permiso…
-La
vi la semana pasada.
-Hace
cinco meses que está muerta.
-Estos
últimos cinco meses la he visto muchas veces. La semana
pasada
estuve con ella. Y estaba bien viva, guapa a más no
poder.
No era ningún fantasma.
-Hace
cinco meses que sales con una María que no es María.
-Y
según tú, ¿quién ha hecho de María todo este tiempo?
-Yo.
-Me
habría dado cuenta.
-Te
estoy diciendo la verdad.
-Si
fuese verdad, ¿por qué habrías decidido que mañana no
querías
venir a la cita?
-Estoy
harta de hacer de María.
-Sin
embargo ahora has aceptado que nos veamos.
-Porque
ahora estoy haciendo de Carmen, no de María. Jaime,
por
favor, te lo explicaré después.
-¿Y
cómo no te has dado cuenta de que yo no era Juan sino
Jaime?
-¿Te
crees que no sabía a quién llamaba? Claro que eres Jaime.
Te
conozco perfectamente. Te he tenido de novio durante cinco
meses.
Y cinco meses dan para mucho. Incluso para saber que...
(La
voz de la mujer se quiebra.) que me he enamorado de ti
como
una imbécil. Y quiero acabar con esta farsa.
-No
me creo nada de todo esto. ¿Cómo habrías podido hacer,
todas
las veces que nos hemos visto, que tú dices que nos hemos
visto,
para que no notase que no eras María?
-Piensa
que doy clases de teatro.
-¡Por
mucho teatro que hagas! ¿Cómo quieres hacerme creer que
no
me habría dado cuenta de la diferencia? Lo único que me
faltaría
es que me salieras con el cuento de la gem... Oye, pero
María
tiene, tenía, una hermana gemela.
-Soy
yo.
-No
la he visto nunca.
-Ya
lo creo que la has visto. Quiero decir: ¡ya lo creo que me
has
visto! Desde hace cinco meses, un par de veces por semana.
Algunas
semanas una sola vez; justamente de eso tendríamos
que
hablar. Porque yo te quiero ver más, a menudo. ¿Quedamos
como
hemos quedado? ¿A las ocho y media?
-¿De
verdad te llamas Carmen?
-A
las ocho y media, ¿de acuerdo?
-Sí.
-Te
quiero mucho. Si alguna vez dejara de quererte me moriría.
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