SIGUIENDO EL RIO DE MIAMI: MIAMI JAI ALAI
Un grupo de ancianos, tanto hombres como mujeres, haitianos y cubanos en su mayoría, se reúne en la entrada a esperar que las puertas abran. Por un dolar, disfrutarán del aire acondicionado, de las deterioradas instalaciones, unos baños a medio funcionar, una cafetería con un buen cortadito y un puñado de amigos en el exilio.
Margarita recibe mi dólar. Tiene treinta años trabajando en la taquilla del Jai Alai y gustosa le da la bienvenida a todos sus visitantes. Los conoce; son clientes asiduos. Me advierte que a pesar del estado en que hoy se encuentra, el Jai Alai fue un lugar distinguido donde la gente cenaba en vestido largo y traje formal, donde se celebraba con champagne. Ella recuerda con orgullo los días de luces y estrellas, la visita de los famosos y los poderosos, las grandes apuestas, la presencia de primeras damas. La pelota vasca era todo un acontecimiento en la ciudad de Miami.
Ahora el Miami Jai Alai es un lugar olvidado.
El recinto de juego es enorme. Tiene una capacidad de mas de seis mil personas, aunque diariamente hay menos de cién. La cancha esta separada de las gradas por una rejilla de metal que se asemeja a la de un gallinero, remendada en algunas áreas. Las hileras de sillas aunque viejas, son cómodas y se encuentran en relativo buen estado.
Los apostadores se reúnen con sus boletos en mano. Permanecen silenciosos y solemnes ante la música del himno nacional. Algunos se colocan la mano sobre el corazón; otros quedan paralizados donde la primera nota los haya sorprendido. Sigue la presentación de los jugadores:16 en total divididos en 8 equipos.
-I love number seven, Jon is his name- me informa mi vecina de asiento en la fila posterior. Es una Haitiana cuarentona que viene al Jai Alai en su tiempo libre. Lo hace como lo hacía su madre años atrás. Me pregunta si alguna vez he visto un juego. Le miento, le digo que no. Quiero oír su sabroso acento creole. Entonces explica el origen de la pelota vasca y las reglas de juego desde lo más básico. Proporciona detalles técnicos de la cesta y la pelota. Me enseña con paciencia a apostar, me instruye en el arte de descifrar la pizarra electrónica y me motiva a jugar alegando que una vez ganó 4000 dolares. -They pay good money-
Es casi un adoctrinamiento.
Mi amiga Carina llega una hora después. Vemos un par de juegos. La pelota suena dura -como si fuera de golf- sobre el piso y la pared del frontón. Los jugadores se mueven rápido, a veces caminan por la pared o se lanzan contra el piso tratando, en un movimiento entre brusco, coordinado y elegante, de impulsar la pelota con la cesta. La fuerza es descomunal. No me sorprendería si en una de esas sale despedida la pelota con cesta y brazo y todo. La haitiana me dijo que la pelota puede alcanzar una velocidad de 200 k.p.h.
Ahora solo queda una cosa por hacer: apostar. En la taquilla nos atiende una señora colombiana quién nos explica el negocio de las apuestas: la Quinela, la Trifecta, la Superfecta. Pero somos un par de burras. Juego como en una lotería; escojo cuatro números: 8 Goikoetxea, 3 Irastorza, 6 Aitzol y 7 Jon (me pasaron el dato que era buen jugador) Pago dos dólares. Sólo pienso en los $4000 de la haitiana; saldaría un par de deudas.
Las luces se apagan, la música suena, los jugadores saludan de mala gana otra vez y el juego comienza. La pelota salta y rebota en ambos extremos de la cancha. Los árbitros pitan, la gente grita y los jugadores rotan. Tratamos de descifrar esta rotación de equipos y los miles de números en la pantalla. La tensión crece. Los apostadores se levantan de sus sillas y gritan. Se oyen insultos: Come mierda! Descara'o! Esperemos que los insultados no sean de la E.T.A.
Se prenden las luces. Los jugadores se retiran. Los ganadores bajan a cobrar en la taquilla. Los perdedores lanzan los boletos al aire. Nosotras también los lanzamos. La colombiana nos anima a probar nuestro “beginners luck” nuevamente y Margarita nos dice que ahora es que se pone buena la cosa. Pero ya basta ya! Mucha acción para un lunes en la mañana.
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