EL PROYECTO DE LA ESCALERA
Hacemos una pausa. Hace calor. La escalera no tiene sistema de ventilación, mucho menos aire acondicionado. Varias obras, como la del tercer piso, son de gran dimensión y cuesta apreciarlas de cerca. La iluminación tampoco es buena; hay que acomodarse, subir o bajar los peldaños, buscar el ángulo donde la luz no refleje. El cuarto piso muestra cómics, uno con la cara de Ponio, el personaje de la película de Miyasaki Hayao. Y la última planta es bastante Gótica. ¡Me salté un piso! En el quinto decenas de figuras humanas saltan, corren, bailan saliendo de una botella de burbujas.
Una vez dentro de la escalera, no pienso en las emergencias o que un loco me saltará en el próximo escalón. El lugar me atrae. Quiero apagar la luz y descubrir con un yesquero, una linterna, el misterio de cada nuevo escalón, de cada nuevo piso. Mágico, romántico, miedoso. Imagino que es un lugar de encuentro, que en el próximo piso tropezaré con dos amantes agazapados en una esquina; un lector embebido en un libro; uno de los artistas haciendo retoques a su obra. Me pierdo en el bosque, floto en una burbuja.
Dicen que el Sagamore es el hotel más ártistico de South Beach. Además de la escalera, en el todo-de-blanco-lobby, hay una fascinante collección de fotografías de Elliot Erwitt y desde la entrada hasta la salida a la playa, esculturas. Y unos mojitos deliciosos en el bar -hay quienes consideran que preparar un mojito es todo un arte, así que también cuentan-.
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