Mi encuentro con la señora Lindsey.
La
vi en la entrada del supermercado. Estaba recostada de
los carritos de comida, bloqueando el acceso a ellos. Vestía
toda de negro. Amarrado de la cintura llevaba también un suéter
negro. Su voluminoso cabello estaba cubierto por un gorro
jamaiquino. Apuré el paso al interior de Publix.
Comenzaba a llover.
Al salir, tres cuartos de hora más
tarde, la mujer de negro aún estaba allí. Pasé junto a ella
cuando un cliente le pedía permiso para retirar uno de los
carros. Ella, amable, se apartó y el hombre rodó el carro rozándole
los pies. Calzaba unas zapatillas de felpa de tigre, húmedas
después de la lluvia. Metí la compra en la maleta del
carro. Separé un yogur con cereal y un puré de manzana de sus
respectivos empaques. Cerré la maleta y me dirigí dudosa hacia
ella.
Le
gustaría un par de cositas para comer, pregunté. Las recibió
con una sonrisa agradecida. Dijo que era lindo mi gesto.
Pero aclaró que no era una desamparada ni mucho menos. ¿Fue eso lo
que pensó?, ¿que yo era indigente? preguntó mirándome con unos
ojos chiquitos y pícaros.
Lo negué rotundamente. No, no, no en
absoluto, solo que la vi tanto tiempo allí parada que pensé, que a lo mejor...
Me avergoncé de mi gesto y pedí disculpas por mi ignorancia. Risueña, me disculpó. No te sientas mal; es por mis dientes ¿verdad? Solo me queda uno, y abrió su boca desdentada para mostrármelo. Por eso me caen tan bien estos snacks, no tengo dientes para masticar dijo, sin pena de mostrar la falta de ellos. Pensaste que estaba pidiendo limosna, ¿verdad? Por mis ropas pobres, ¿verdad? Pero no. Solo espero a un amigo.
Me agradeció nuevamente. Esto luce delicioso, nunca he probado esta marca de yogur. Trae cucharilla y todo! Muy conveniente, afirmó entusiasmada. Mientras lo abría, explicó que vivía en el sur de la Florida. Homestead. Que venía todos los domingos a Coral Gables y se veía con su amigo, que por cierto no llega. Luego habló de su octogenaria madre quien vive lejos. Sonaba educada y coherente. Me acerqué más a ella. Su piel negra lucía tersa y brillante. Canas plateadas escapaban del gorro multicolor. Jugó con el yogur y el cereal dando vueltas a la cuchara sin parar. Mi amigo dijo que estaría aquí. Me preguntó la hora. Después de cinco minutos comencé a despedirme. Su amigo no terminaba de llegar. Donde he leído esto antes. Repite que soy generosa, que está muy agradecida por la comida y por tomarme el tiempo de hablar con ella. Le dije mi nombre y ella el suyo. Su nombre es Lindsey, señora Lindsey y me advierte que no se lo diga a nadie. Lo prometí.
Me avergoncé de mi gesto y pedí disculpas por mi ignorancia. Risueña, me disculpó. No te sientas mal; es por mis dientes ¿verdad? Solo me queda uno, y abrió su boca desdentada para mostrármelo. Por eso me caen tan bien estos snacks, no tengo dientes para masticar dijo, sin pena de mostrar la falta de ellos. Pensaste que estaba pidiendo limosna, ¿verdad? Por mis ropas pobres, ¿verdad? Pero no. Solo espero a un amigo.
Me agradeció nuevamente. Esto luce delicioso, nunca he probado esta marca de yogur. Trae cucharilla y todo! Muy conveniente, afirmó entusiasmada. Mientras lo abría, explicó que vivía en el sur de la Florida. Homestead. Que venía todos los domingos a Coral Gables y se veía con su amigo, que por cierto no llega. Luego habló de su octogenaria madre quien vive lejos. Sonaba educada y coherente. Me acerqué más a ella. Su piel negra lucía tersa y brillante. Canas plateadas escapaban del gorro multicolor. Jugó con el yogur y el cereal dando vueltas a la cuchara sin parar. Mi amigo dijo que estaría aquí. Me preguntó la hora. Después de cinco minutos comencé a despedirme. Su amigo no terminaba de llegar. Donde he leído esto antes. Repite que soy generosa, que está muy agradecida por la comida y por tomarme el tiempo de hablar con ella. Le dije mi nombre y ella el suyo. Su nombre es Lindsey, señora Lindsey y me advierte que no se lo diga a nadie. Lo prometí.
Llegó
su amigo; lo saludó detrás de mi a lo lejos. Volteé, pero no lo
vi. Entro a mi carro y ella se va a su encuentro haciendo ademanes
que interpreté como voy... espérame. No sé.
Vi a la
señora Lindsey caminar por la acera y cruzar la
esquina. Tuve curiosidad de ver a su amigo. ¿Habrá llegado en taxi?
¿Caminando? La sigo. Al cruzar la esquina la veo sentada
en la parada de autobús comiendo el yogur y riendo con una risa
grande. Disfrutaba la compañía de su amigo. Aunque en
realidad, su amigo no había llegado.
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