El día que fui casi gay, o que casi fui gay.



    Cuando era niña unos amigos de la familia me invitaron a pasar unos días en su casa. Los Sosa tenían dos hijas un poco mayores que yo y un varón muy bello de mi edad, razón suficiente para vacacionar con ellos. Durante mi estadía en su casa, me di cuenta que el niño  me detestaba  sin misericordia. Me ignoraba; me volteaba los ojos; comía en la cocina para no  sentarse a mi lado en el comedor; huía ante mi presencia. En fin, no fue muy buen anfitrión. Sus hermanas lo excusaban alegando que era tímido,  pero yo sabía que no lo era; los dos íbamos al mismo colegio y yo era testigo de como jugaba con sus amigos y de tímido no tenía nada. Su madre decía que era ¡temperamental!  y le exigía sin éxito que no fuese grosero con la invitada. Lidiar con él no fue fácil, y aunque traté de disimularlo, me  entristecía  su rechazo, su evidente odio.
    La familia  asistía a un club donde las niñas jugaban tenis y el antipático jugaba futbol. Allí conocí a un niño de mi  edad  que se llamaba Alis. Venía de Boston a pasar las vacaciones en Caracas. Con su español chueco y entrecortado, Alis se mostró muy interesado en mí. Quería concocerme y practicar español. Me preguntaba con interés sobre mi colegio y mis hermanos. Alis tenía los ojos más azules que yo había visto y su pelo cortito lo hacía verse como un soldadito. Era también delgado y me llamaba la atención sus pantalones blancos que al final del día terminaron todos corroídos.  Ese día Alis se despidió de mi con un beso en la mejilla y me preguntó si regresaría al día siguiente. 
    Esa noche no pude dormir pensando en Alis. Lo bello que era, lo simpático, lo divertido y lo poco que se parecía al antipático de la casa con quien tenía que vivir unos días más hasta que comenzaran las clases. Al día siguiente fui la primera en levantarme y alistarme para ir al club. Alis me recibió con una sonrisa y un abrazo tan cálidos que estuve a punto de derretirme. Asentía a todas mis ideas y sugerencias. Yo era divertida a su lado. Yo era ocurrente a su lado.   Le gustaba sentarse a mi lado a comer. Comimos perros calientes y aprendí a decir “hot dogs.” Tomábamos de la misma lata de refresco. Nos reíamos a carcajadas. Alis era mi  compinche.
          Pasé otra noche sin dormir pensando en Alis. No lo sabía, pero estaba enamorada. Enamorada de su cara; de su pelo rubio; de sus  ojos; de su risa fácil; de sus dientes. Enamorada de todo lo que decía y hacía. Comenzó a preocuparme la idea de que se iría  y no lo vería más. Imaginaba cómo sería un beso de Alis. Un primer beso. Fantaseé con sus  labios. Lo besé largo tiempo hasta quedar dormida y con un hematoma en el brazo.

     El domingo,  regresaría a mi casa. Fui la primera en estar lista para aprovechar el último día de vacaciones. Mis anfitriones estaban contentos de que hubiese hecho  amigos de mi edad y me motivaron a pasarla bien  prestándome una traje de baño y una toalla para ir a la piscina con Alis. Llegamos al club y cada uno desapareció en diferentes direcciones. Yo corrí  escaleras abajo hacia la piscina azulísima y cristalina, y allí en una de las sillas, ya en traje de baño estaba Alis, esperándome. En traje de baño rosado y azul de dos piezas. Me sentí muy confundida y avergonzada de lo que sentía por Alis, Alice… Alicia en inglés. 

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