AL MARGEN DEL AJETREO

El sábado intentamos llegar a Mount Dora, pero el GPS nos desvió a un área rural, por un camino de cabras y con lluvia. Terminamos a las siete de la noche en una venta de repuestos usados, en algún lugar desconocido del centro de la Florida. La anécdota pudo haber sido interesante, pero mi espíritu de sobrevivencia "kicked in" y acordamos retornar a la civilización.

Esta segunda vez nos aseguramos de colocar en el GPS una dirección en el centro de la ciudad de Mount Dora; algo que nos hiciera sentir seguros y confiados: La Fiesta Grande, restaurant mexicano. El camino es bueno, tres cuartas partes es autopista; el resto es carretera rural. En cuarenta minutos estábamos en la Fiesta Grande, aunque no había fiesta. La ciudad de Mount Dora es un pueblo. Y estaba dormido.

Estacionamos frente a la cámara de comercio que tiene una linda plaza y una escultura de John Lennon que asemeja a un Cristo. Me gusta la alegoría. Cruzamos los rieles del tren -el cual me hubiera encantado ver y oír pasar- y caminamos hacia el lago Dora de aguas turbias y desde donde se ven casas bordeando su orilla. Subimos por la colina hacia las calles solitarias y sombreadas por arboles repletos de chicharras. En las vitrinas había muchas antigüedades. Es por lo que Mount Dora es conocido, además de sus festivales de arte.

Camino con mi cámara a cuestas y Pedro, una cuadra más adelante, me hace un gesto para que me apure. El casco central o histórico lo compone un grupo de diez + cuadras en esta colina frente al lago. Busco la esencia de Mount Dora en un callejón, en una casita, en las pocas caras que vemos. Subimos a One Flight up café, un restaurante con un pequeño y encantador balcón desde donde vemos al pueblo despertar. (Eso sonó a pronunciamiento revolucionario)

La gente desayuna y habla en murmullos en las mesas cercanas; muchos solitarios leen. Una pareja come mientras juega Scrabble. Son cordiales, dan los buenos días. Una Harley guiada por un viejito, llena la calle de música country. Un guía hace un tour Segway y saluda cuando pasa frente al café. Sus seguidores hacen lo mismo. Se siente rico aquí. Tan rico, que no me importa que el jugo de naranja no sea natural, en el centro de la producción de naranjas de la Florida.

La mesonera nos informa sobre el festival de arte de los Highway Men, un grupo de artistas negros que desde los años cincuenta pinta los paisajes de la Florida. Nos acercamos al festival que no es más que una pequeña exposición de árboles, garzas y manglares al óleo. Cruzamos la calle y tomamos fotos a un templo mansónico todo blanco. El viejito en la Harley pasa y desparrama estruendo en sentido contrario. Cuesta arriba.

En un par de horas conocemos el pueblo, esencialmente comercios, restaurantes y una vueltica por el área residencial arriba de la colina. Dejamos para la próxima el recorrido alrededor del lago. Me queda la impresión de un lugar alegre, tranquilo. Demasiado tranquilo; ideal para un escritor. Genial para venir con Megaletras, mi grupo de escritura. Pienso que sus residentes quieren a Mount Dora así, al margen del ajetreo de Orlando a corta distancia de allí. Bajo las fotos de Mount Dora y no sé si conseguí mi propósito. No sé si le hago justicia a este simpático y amigable lugar.

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